martes, 5 de noviembre de 2019

Un festejo sin precedentes por el Día de la Tradición en Bahía Blanca

El pasado domingo 3 de noviembre se desarrollaron los festejos por el Día de la Tradición en Bahía Blanca, en un evento organizado por el Sindicato del Personal de Industrias Químicas Petroquímicas y Afines, la Unión Recibidores de Granos y Anexos de República Argentina y el Club Midgistas del Sur, con la colaboración del Instituto Cultural de Bahía Blanca y un grupo de personas e instituciones bahienses, tras una idea de Julio A. Leguizamón (Sec. Gral. de SPIQPyA) y bajo producción de José Valle.
De izquierda a derecha: José Valle, Pablo Palacio, Julieta Centeno, Norman Fernández, Facundo García, Ricardo Margo y Julio Leguizamón.
…“Hacia el futuro, nuestra intención desde el principio, la idea original fue reivindicar nuestra tradición, recuperar un valor que es necesario para la sociedad. Es nuestro compromiso como generación retransmitirle a los más jóvenes algo que se viene perdiendo y que nosotros como ciudadanos, como argentinos debemos recuperar para las generaciones futuras. Un país se construye desde sus raíces, desde sus bases y la tradición es fundamental para eso que nos identifica, lo que nos diferencia como pueblo y es lo que nosotros debemos revalorar y difundir por lo tanto”… .Palabras de julio Leguizamón Secretario General de Químicos y Petroquímicos, dando por iniciados los festejos.
La apertura oficial tuvo lugar minutos después de las 11 horas cuando los locutores Sergio Donati, Paola Marco y Tato Ciraudo dieron la bienvenida al público presente, a las autoridades y organizadores y presentaron a la Banda Puerto Argentino del Batallón de Comunicaciones 181 dirigido por la Mayor Maestra de Banda Teresa Luna.
Tras un puñado de interpretaciones folklóricas y la canción Patria “Aurora”, llegó el momento del Himno Nacional Argentino al que se sumó la emotiva voz de Gaby “La voz sensual del tango” y la de una multitud que acompañó desde la platea.

Gaby 

Minutos después la piel volvía a erizarse y el corazón a latir agitadamente cuando la pista del midget se colmó por más de cien parejas que bailaron el Pericón Nacional (Foto de portada) tras la guía del bailarín Sergio Barriga que ofició de bastonero.
Tras la actuación de la banda militar, se escucharon acertadas palabras de Julio Leguizamón agradeciendo a quienes, con su colaboración, hicieron posible la realización de un sueño y la apuesta por la perpetuidad de esta fiesta de la argentinidad fomentando en los más jóvenes el amor por las cosas nuestras y el valor de la tradición como lo que nos identifica como pueblo.
Seguidamente Ricardo Margo, director del Instituto Cultural Bahía Blanca, destacó el trabajo realizado, el espíritu nacional que inundaba la jornada, el sol que, pleno, había decidido festejar la argentinidad.


A continuación, Pablo Palacio (URGARA), Facundo García (Club Midgistas del Sur) y los mencionados oradores hicieron entrega, junto a José Valle, de dos merecidas distinciones a la trayectoria: al Hogar del Anciano Adelino Gutiérrez en su 90 aniversario -que fue recibido por la senadora Julieta Centeno- y al periodista Norman Fernández, con más de 50 años de trayectoria en periodismo agropecuario.
El broche de oro para este primer episodio de una jornada rebosante de emociones fue la participación del cuerpo de baile del Centro Cultural “Creciendo con lo nuestro” dirigido por Dorita Ortiz.
Mientras tanto, en el sector de boxes, se desarrollaba el concurso de asadores bajo el ojo avezado del jurado oriundo de Miguel Riglos (La Pampa). Desde el mediodía, este sector se colmó de curiosos transeúntes tentados por el clásico e irresistible aroma del asado criollo.
Decenas de costillares, cocina criolla, bebidas espirituosas, comidas de diferentes latitudes y hasta una vaquillona de 200 kilos asada por los diestros Cristian Fabián Ohaco y Maxi Pérez, fueron el festín de los presentes que entre bocados y música pudieron disfrutar de los artistas y demostraciones que se realizaron en el escenario alternativo, al resguardo de la sombra que ofrecía la arboleda.
Duarte-Benedetti-Tártara Trío, Jorge Valette y su conjunto, el trompetista Jorge Máximo, Gastón Farherr, María Luisa D´Elia, Grupo Senderos y Alfredo Romero; Julio Pinto (soguero) y Sergio Zurita (ex jugador y actual árbitro de Pato), quien además de su charla explicativa ensayó tiros al aro con la “pelota de manijas” junto a parte del público presente, se llevaron la atención.
Los ganadores del torneo de asadores, tras una intrincada deliberación del jurado, fueron la pareja conformada por Aldo Zubiri como asador y Gustavo Schiundt como fogonero, representantes de URGARA. Miguel Alcaraz y Miguel Ángel Alcaraz (SPIQPyA), logaron el segundo puesto) y Roberto Echeverría y Luis Garrido el tercer lugar.

Pasadas las 15 horas, la actividad continuó en el escenario principal, allí se presentaron las agrupaciones “Martín Fierro” dirigida por Fernando Miró, “Fogón sureño” (bajo la dirección de Leonardo González), “Hermana tierra” (dirigida por Sergio Barriga) y Huella Sureña; los grupos Quara, La Síncopa, Evolución Folklore, Los del Huayra, Los Fortineros y Folklore Vivo.
En la pista arada, dos parejas de jinetes realizaron un clásico picado de polo, mientras Fabián Meoli brindaba una charla sobre el mencionado deporte.
La intervención de música y danza fue entrelazándose con el ya tradicional desfile gaucho encabezado por los Reseros del Sur que contaron con la colaboración de numerosas agrupaciones de la zona sumando en su elegante paseo a más de un centenar de jinetes con sus respectivos caballos y al show artístico de la Escuadra de Arte Ecuestre Pampa Mía que, nuevamente, como en 2018, volvió a emocionar hasta las lágrimas cuando bailarines de a pie, y equinos magistralmente conducidos por representantes de todas las generaciones bailaron por alrededor de 40 minutos dando cátedra de la afectuosa y recíproca relación que puede mantener el hombre con el caballo.
Tango, folklore, danzas argumentadas y coreografías varias conjugaron hombre y animal en una inolvidable actuación de los pampeanos.

El balance es más que positivo. Si la promesa era un nuevo día de la tradición en 2020, las más de 10 mil personas que acudieron al Club Midgistas del Sur convocados por el sentimiento nacional, pusieron el sello definitivo para el retorno el próximo noviembre.
La etapa final de la fiesta de la Tradición estuvo en mano de reconocidos artistas: el grupo bahiense encabezado por Homero Bimbo que ha trascendido la región con su música, “La otra parte”, y la violinista Alicia Cargniel que se presentó junto al grupo “Los Amigos Folk”.
El tango que estuvo presente de la mano de las consagradas intérpretes Nora Roca y Gaby “La voz sensual del tango” acompañadas por los prestigiosos músicos Víctor Volpe (piano) y Jorge Vignales (guitarra) junto a los bailarines María Rial y Jesús Infante.
Las damas hicieron vibrar al público con sentidas interpretaciones de “El alazán”, “Balada para un loco”, “Caminito” y “Adiós Pampa Mía” (entre otros) recibiendo del público el primer pedido de bis de la noche.

Germán Fratarcangelli, acordeonista, brindó seguidamente un vigoroso espectáculo que recibió un fervoroso aplauso de los presentes, y el cierre estuvo a cargo del Chaqueño Palavecino que ofreció piezas de su último material (“Seré y soy”) junto a sus clásicos inolvidables.

sábado, 11 de mayo de 2019

ROSAS Y EL CUATRERO

“Cuento lo que me contó Miró” (Mansilla)

Estamos en la estancia "del Pino". Mejor dicho: están tomando el fresco bajo el árbol que le da su nombre a la estancia, don Juan Manuel Rosas y su amigo el señor don Mariano Miró (el mismo que edificó el gran palacio de la plaza Lavalle, propiedad hoy día de la familia de Dorrego).
De repente (cuento lo que me contó el señor Miró) don Juan Manuel interrumpe el coloquio, tiende la vista hasta el horizonte, la fija en una nubecilla de polvo, se levanta, corre, va al palenque donde estaba atado de la rienda su caballo, prontamente lo desata, monta de salto y parte... diciéndole al señor Miró: “Dispense, amigo, ya vuelvo”.
Al trote rumbea en dirección a los polvos, galopa; los polvos parecen moverse al unísono de los movimientos de don Juan Manuel. Miró mira: nada ve, Don Juan Manuel apura su flete que es de superior calidad; los polvos se apuran también. Don Juan Manuel vuela; los polvos huyen, envolviendo a un jinete que arrastra algo. Don Juan Manuel con su ojo experto, ayudado por la milicia gauchesca, tuvo la visión de lo que era la nubecilla de polvo aquella, que le había hecho interrumpir la conversación. “Un cuatrero”, se dijo, y no titubeó.
En efecto, un gaucho había pasado cerca de una majada y sin detenerse había enlazado un capón y lo arrastraba, robándolo. El gaucho vio desprenderse un jinete de las casas. Lo reconoció, se apuró. Don Juan Manuel se dijo: “Caray..." De ahí la escena... Don Juan Manuel castiga su caballo. El gaucho entonces suelta el capón con lazo y todo, comprendiendo que a pesar de la delantera que llevaba no podía escaparse por bien montado que fuera, si no largaba la presa.
Aquí ya están casi encima el uno del otro. El gaucho mira para atrás y rebenquea su pingo (a medida que don Juan Manuel apura el suyo) y corta el campo en diversas direcciones con la esperanza de que se le aplaste el caballo a don Juan Manuel.
Entran ambos en un vizcacheral. Primero, el gaucho; después, don Juan Manuel; pero el obstáculo hace que don Juan Manuel pueda acercársele al gaucho. Rueda éste; el caballo lo tapa. Rueda don Juan Manuel; sale parado con la rienda en la mano izquierda y con la derecha lo alcanza al gaucho, lo toma de una oreja, lo levanta y le dice:
– Vea, paisano, para ser buen cuatrero es necesario ser buen gaucho y tener buen pingo... Y, montando, hace que el gaucho monte en ancas de su caballo; y se lo lleva, dejándolo a pie, por decirlo así; porque la rodada había sido tan feroz que el caballo del gaucho no se podía mover. La fuerza respeta a la fuerza; el cuatrero estaba dominado y no podía escurrírsele en ancas del caballo de don Juan Manuel, sino admirarlo, y de la admiración al miedo no hay más que un paso. Don Juan Manuel volvió a las casas con su gaucho, sin que Miró por más que mirara, hubiera visto cosa alguna discernible...
– Apéese, amigo – le dijo al gaucho, y enseguida se apeó él, llamando a un negrito que tenía. El negrito vino, Rosas le habló al oído, y dirigiéndose enseguida al gaucho, le dijo:
– Vaya con ese hombre, amigo.
Luego volvió con el señor Miró, y sin decir una palabra respecto de lo que acababa de suceder, lo invitó a tomar el hilo de la conversación interrumpida, diciéndole:
– Bueno, usted decía...
Salieron al rato a dar una vuelta, por una especie de jardín, y el señor Miró vio a un hombre en cuatro estacas. Notado por don Juan Manuel, le dijo sonriéndose.
– Es el paisano ése...
Siguieron andando, conversando... La puesta del sol se acercaba; el señor Miró sintió unos como palos aplicados en cosa blanda, algo parecido al ruido que produce un colchón enjuto, sacudido por una varilla, y miró en esa dirección. Don Juan Manuel le dijo entonces, volviéndose a sonreír, haciendo con la mano derecha ese movimiento de un lado a otro con la palma para arriba, que no dejaba duda:
– Es el paisano ése...
Un momento después se presentó el negrito y dirigiéndose a su patrón, le dijo:
– Ya está, mi amo.
– ¿Cuántos?
– Cincuenta, señor.
– Bueno, amigo don Mariano, vamos a comer...
El sol se perdía en el horizonte iluminado por un resplandor rojizo, y habría sido menester ser casi adivino para sospechar que aquel hombre, que se hacía justicia por su propia mano, sería en un porvenir no muy lejano, señor de vidas, famas y haciendas, y que en esa obra de predominio serían sus principales instrumentos algunos de los mismos azotados por él. Don Juan Manuel le habló al oído otra vez al negrito, que partió, y tras de él, muy lentamente, haciendo algunos rodeos, ambos huéspedes.
Llegan a las casas y entran en la pieza que servía de comedor. Ya era oscuro. En el centro había una mesita con mantel limpio de lienzo y tres cubiertos, todo bien pulido. El señor Miró pensó: “¿quién será el otro...?"
No preguntó nada. Se sentaron, y cuando don Juan Manuel empezaba a servir el caldo de una sopera de hoja de lata, le dijo al negrito que había vuelto ya:
– Tráigalo, amigo –. Miró no entendió.
A los pocos instantes entraba, todo entumido, el gaucho de la rodada.
– Siéntese, paisano – le dijo don Juan Manuel, endilgándole la otra silla. El gaucho hizo uno de esos movimientos que revelan cortedad; pero don Juan Manuel lo ayudó a salir del paso, repitiéndole – : Siéntese no más, paisano, siéntese y coma.
El gaucho obedeció, y entre bocado y bocado hablaron así:
– ¿Cómo se llama, amigo?
– Fulano de tal.
– Y, dígame, ¿es casado o soltero?... ¿o tiene hembra?...
– No señor – dijo sonriéndose el guaso – ¡si soy casado!
– Vea, hombre, y... ¿tiene muchos hijos?
– Cinco, señor.
– Y ¿qué tal moza es su mujer?
– A mí me parece muy regular, señor...
– Y usted ¿es pobre?
– ¿Eh!, señor, los pobres somos pobres siempre...
– Y ¿en qué trabaja?...
– En lo que cae, señor...
– Pero también de cuatrero, ¿no?...
El gaucho se puso todo colorado y contestó:
– ¡Ah!, señor, cuando uno tiene mucha familia suele andar medio apurado...
– Dígame amigo, ¿no quiere que seamos compadres? ¿No está preñada su mujer?–
El gaucho no contestó. Don Juan Manuel prosiguió.
– : Vea, paisano; yo quiero ser padrino del primer hijo que tenga su mujer y le voy a dar unas vacas y unas ovejas, y una manada y una tropilla, y un lugar por ahí, en mi campo, y usted va a hacer un rancho, y vamos a ser socios a medias. ¿Qué le parece?...
– Como usted diga, señor.
Y don Juan Manuel, dirigiéndose al señor Miró le dijo:
– Bueno, amigo don Mariano, usted es testigo del trato, ¿eh?...
Y luego, dirigiéndose al gaucho agregó:
– Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?...
– Sí, señor.
La comida tocaba a su término. Don Juan Manuel, dirigiéndose al negrito y mirándolo al gaucho, prosiguió:
– Vaya amigo, descanse; que se acomode este hombre en la barraca, y si está muy lastimado que le pongan salmuera. Mañana hablaremos; pero tempranito, vaya y vea si campea ese matungo, para que no pierda sus pilchas... y degüéllelo... que eso no sirve sino para el cuero, y estaquéelo bien, así como estuvo usted por zonzo y mal gaucho... – Y el paisano salió.
Y don Mariano Miró, encontraba aquella escena del terruño propia de los fueros de un señor feudal de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana, nada vio...
Un párrafo más, y concluyo.
El cuatrero fue compadre de don Juan Manuel, su socio, su amigo, su servidor devoto, un federal en regla. Llegó a ser rico y jefe de graduación.
Lucio V. Mansilla 

viernes, 22 de marzo de 2019

La vida del vendedor ambulante que creó el mítico caramelo "Chuenga"

Jorge Eduardo Pastor transformó la palabra Chuenga, con mayúscula, es un nombre propio. Con minúscula, chuenga es algo así como la aproximación fonética castellana -más que castellana, argentina y más que argentina, porteña- a la expresión "chewing-gum", que en inglés significa "goma de mascar".
Y Chuenga anunciaba "chuengaáaaaaáaaaáaaaáaáaaáááá" en las cancha de fútbol, en los estadios deportivos, en las carreras. Llegaba, trepaba por las tribunas y se iba rápido. De un lugar se trasladaba a otro, siempre con las bolsas llenas de caramelos,
Empezó en 1932, en la vieja cancha de River de Alvear y Tagle, cuando debutó Bernabé Ferreyra y Cuello pasó de Tigre a River. Y trabajó hasta 1982, dos años antes de morirse.
Llevaba una bolsa de la que sacaba un puñado de caramelos masticables envueltos en papel. A decir verdad, era mucho más papel que caramelo. Eran pedacitos de un caramelo duro, blanco, con vetas de color y cortado irregularmente.
El envoltorio dejaba ver la golosina en el medio, entre dos grandes orejas amariposadas de papel. Y su unidad de medida, al mismo tiempo confiable y arbitraria, era el puñado. Eso tenía un valor ignoto. Era lo mismo un puñado de diez o doce caramelos. Chuenga metía la mano en la bolsa y entregaba lo que salía, en un gesto azaroso perfectamente estudiado.
José Pastor muere un 3 de diciembre de 1984, en su casa de Parque Avellaneda, allí por las calles Eva Perón y Lacarra. El Chuenga, sin embargo, con su inconfundible grito y estampa, siempre deambulará por los más gratos recuerdos de la patria futbolera, tal como lo hacía por los estadios y sus tribunas.