La obra es una las piezas más emblemáticas del novelista y dramaturgo irlandés Samuel Beckett. Se presenta de miércoles (día de entradas populares) a domingo en la Sala Casacuberta del Complejo Teatral de Buenos Aires (Av. Corrientes 1530). Acompañan a la reconocida dupla, los actores Graciela Araujo (Nell) y Roberto Castro (Nagg). Alcón, además de interpretar el papel central de la pieza, también oficia como director.
Desde la propia contemplación de la escenografía se puede augurar una historia triste y sombría. Sólo adornan el escenario una silla cubierta de trapos, dos tachos sucios ubicados a un costado y una serie de bolsas de arpillera y herramientas distribuidas por doquier. La estética se corresponde a los lineamientos del autor, quien a lo largo de su extensa trayectoria, profundizó en un concepto del teatro despojado y se obsesionó por encontrar y generar significados desde la simpleza de los detalles.
Escondido debajo de unos lentes oscuros y postrado en una silla de ruedas, Alcón interpreta a Hamm, un anciano ermitaño, demandante y gruñón. Su única función en el mundo es la de ejercer el abuso de autoridad sobre seres entregados y dependientes sin esperanza alguna sobre la vida y el futuro. Clov (Furriel) es su sirviente, quien le profesa un trato de obediencia y fidelidad, que oscila entre la obligación del trabajo y la comodidad de lo previsible.
Luego aparecerán Nell (Graciela Araujo) y Nagg (Roberto Castro), los padres de Hamm, que viven dentro de unos recipientes porque han perdido sus piernas en un accidente. Sus participaciones aportan información a la trama y a la historia de los personajes, que se asoma fundamentalmente entre los diálogos reiterados entre el amo y su asistente. La desidia y el aburrimiento son parte fundamental en la vida de los protagonistas quienes reparten su existencia entre el hambre, la miseria y el dolor. Cada uno saborea la soledad y la angustia a su manera, colgándose de hasta el acontecimiento más nimio sobre la tierra, para darle un sentido más llevadero a una rutina colmada de quejas e irritación.
El guión es oscuro y complejo, se realiza principalmente desde la palabra hablada y no desde las acciones. Es un teatro sostenido en el diálogo, el monólogo y la reflexión, dado que los personajes literalmente son seres inmóviles y postrados, que sólo hablan, se quejan y recuerdan tiempos pasados. Sólo Clov, el sirviente, tiene capacidad de movimiento, (camina, sube escaleras, provee alimentos, distribuye información), aunque no necesariamente se desenvuelve con libertad de pensamiento; y es por eso, que su voluntad y determinación, son los únicos que pueden llegar a cambiar el curso de la historia.
“Final de partida” es preferentemente una obra simbólica, que subyace en una gran puesta en escena, sostenida por la interpretación magistral de sus actores protagonistas. Los mismos que le ponen el cuerpo y la voz a estos hombres miserables que se debaten entre la amargura y la soledad de les proveen sus existencias llenas de nada.
Viviana Cipolla
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