martes, 28 de mayo de 2013

Carlos Carella, un actor riguroso, popular y entrañable

Grande, desmañado, con rasgos faciales fuertes, creó una galería de personajes inolvidables · Fue elogiado
por su capacidad de dosificar lo grotesco con el drama · Amaba el teatro e insistió en trabajar con dignidad 
Si tuviera que hacer un balance de mi vida, como quien mira hacia atrás, diría que en general no me he equivocado. Lo que he hecho, estuvo bien", dijo alguna vez Carlos Carella con ese aire tranquilo que lo caracterizaba, agitando sus enormes manos, con las que parecía abarcar esa larga trayectoria que fue sinónimo de lucha y de trabajo. Habría cumplido pronto treinta y cinco años de profesión, en los que insistió siempre en trabajar con dignidad. Y no lo decía con el tono de un sermón de la montaña sino con la convicción de que el trabajo de un actor no difería de cualquier otra actividad. Pero estaba orgulloso de su profesión. "Es de lo más hermoso que me podía ocurrir. He conocido lo mejor y lo peor, me permitió conquistar grandes amigos, tener una relación directa con la gente", decía a quienes contabilizaban los altos y los bajos de una carrera que no asegura a nadie ni el éxito ni la permanencia. 
Lo patético y lo grotesco

Hombre imprescindible del teatro porteño, supo sacar provecho a un físico grande, desmañado, rasgos faciales fuertes, con los que fue construyendo los personajes a veces confusos, otros ingenuos, con los que fue creando desde el tipo buenazo y simple, soñador y fracasado como en El acompañamiento de Carlos Gorostiza, hasta pasar de la normalidad a la enajenación como en Nudo marinero de Luis Macchi, en que la crítica destacó los recursos de un actor que sabía dosificar "lo cómico y lo patético, lo realista y lo hiper- realista, lo farsesco y lo grotesco". 

Carlos Carella, cuya última actuación fue en Compañía de Eduardo Rovner, privilegió a los autores argentinos en su carrera. "Nuestros dramaturgos y comediógrafos me permiten una expresión total, un contacto profundo con temas y personajes vinculados con la realidad que nos rodea", decía. 

Cuando se festejaron las 300 representaciones de El patio de atrás, volvió a expresar su pasión por ese trabajo del teatro en el que iba atesorando pequeños hallazgos. "Hago cada escena como si fuese la última porque ya no puedo jugar con el tiempo", y agregaba: "Uno siente que el escenario es su lugar, pero no se lo dice mucho a la familia para no despertar celos. No es que a uno no les interesen la mujer, los hijos, pero es al estar ahí arriba cuando se siente pleno. Saber que eso que está diciendo y haciendo le interesa a alguien es algo muy hermoso, de una belleza incomparable". 

Desde que fue ganado por el teatro, en 1945, cuando debutó en El amor pasa de los hermanos Alvarez Quinteros, Carella mostró su garra en los personajes populares, a los que enriqueció desde el lugar de sus propias convicciones, que abarcaron desde la actividad gremial, que lo ocupó desde 1962 a 1987, hombre de tablón de Argentino Juniors, del que fue uno de sus hinchas históricos, y también del peronismo, al que se consideraba ligado por un "tránsito vehicular sanguíneo".

Pero era un peronista de viejo cuño y creía que hoy "la única opción era aferrarse al ideario, como si fuese la Biblia", y repasarlo "para tomar conciencia de las contradicciones que hay entre esto que tenemos ahora, un cachito de baldío, y lo que esperábamos, la tierra prometida".

Carella, que había cumplido 72 años, dijo en una reciente entrevista en que le preguntaron por los miedos de la muerte: "La interpretación me permite vivir varias vidas a la vez y esto estira la vida, porque lo que tendría que haber vivido en cuarenta años lo vivo en una hora... y finalmente: no sirve para nada tener miedo". 

Con esa óptica todo podía ser un rédito: no se camina tan ligero, decía, y se hacen cosas que no se hicieron nunca, como hacer flexiones para recuperar un estado físico que no va a recuperar nunca. Y además aceptar la tranquilidad, y gozar viendo un amanecer o escuchando música. 

Quizá Carella estaba preparado para vivir su muerte. Pero no lo están los amigos ni los compañeros. Y tampoco los que aman el teatro y admiraron a este actor que manejaba con rigor el grotesco, creando personajes irrepetibles y sin dejar herederos en la escena.

Carlos Carella tenía problemas en la vista y se notaba. Carlos Gorostiza, que lo dirigía en una de las tantas obras teatrales que "El Negro" le protagonizó, lo conminó una vez a que usara anteojos. La respuesta no se demoró: en el ensayo siguiente, el actor apareció con una fotocopia gigante del libreto, de 80 por 40 centímetros, pero sin anteojos. Un humor especial y a veces ácido, picardía, creatividad para impulsar nuevos proyectos colectivos, entrega para defender un teatro popular, son algunos de los rasgos con que lo recuerdan los amigos, como Cipe Lincovsky, Ulises Dumont, Lito Cruz, Roberto Cossa y Gorostiza. 
Hombre de batalla

Actor anticonvencional y único, buscador permanente e inquieto del universo interno de los personajes, son otros rasgos que definen a ese tipo de cara tallada, que "parecía un hombrón rudo pero tenía una ternura infinita", cuenta Dumont.

Pilar de la lucha por la Ley del Teatro y dirigente gremial respetado, dice Lito Cruz. Teatro Abierto, ese soplo de libertad en plena dictadura militar, lo tuvo entre sus inspiradores y hacedores.

Dumont pensó en su amigo, como una "pérdida injusta, en estos tiempos en que ya no quedan ejemplos ".

Juntos preparaban un nuevo proyecto que involucraba a varios actores, escritores y directores: Nuestro Teatro. Una puesta de obras breves, en un mismo día, a precios populares. Una iniciativa de Carella, para acercar la gente al teatro y darle una cachetada a la desocupación que golpea también al gremio de los actores.

La semana pasada, en una reunión de la Asociación Argentina de Actores, les decía a sus compañeros que quería saber cuánto tiempo le quedaba de vida. "Decía que aunque fueran dos meses, los iba a dedicar a vivir y disfrutar todo lo posible".

Para Cipe Lincovsky, que a pesar de conocerlo hace 40 años sólo trabajó con él en los últimos dos, era un hombre que tenía la sabiduría de la gente de pueblo "como una escarapela que se llevaba en la solapa".

Peronista confeso, la noche antes de las elecciones de 1983, Carella visitó a su amigo Gorostiza. Era como una ceremonia de bienvenida a la democracia. Al despedirse, el actor se cayó por la escalera, con tan mala suerte que se fracturó una rodilla. Desde entonces, siempre dijo que Gorostiza, quien no comulgaba con su partido, hizo encerar la escalera para que no pudiera votar por la fórmula justicialista.

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