Hace setenta y siete años se publicaba Historia de una pasión argentina, de Eduardo Mallea. Además de ser una reflexión sobre la "Argentina visible" y la "invisible", la obra era un texto confesional que convertía a su autor en un poeta y un profeta.
Libro de fuerte impacto en el campo intelectual de su tiempo, reeditado y releído, inexcusable cuando se trata de hacer una historia del ensayo en nuestro país, Historia de una pasión argentina ha sido criticado, desde una perspectiva actual, por la endeblez de sus categorías analíticas, que desconocen o eliden concretos factores económicos, históricos, políticos.
En su contexto de producción, no obstante, ese tipo de ensayo al que hoy se define como "intuicionista" o "impresionista" era posible y esperable. Los modelos interpretativos que leían o pretendían descifrar una nación a partir de la exégesis intuitiva de un paisaje y una sensibilidad triunfaban entonces, desde los ensayos de José Ortega y Gasset (como su célebre y polémico artículo "La Pampa promesas") o los del conde de Keyserling ( Meditaciones suramericanas , 1933), hasta la autóctona Radiografía de la Pampa (1933) de Ezequiel Martínez Estrada.
Historia de una pasión argentina es, ante todo, un texto autobiográfico, de apelación confesional: la condensada "novela de formación", contada por él mismo, de un joven que se convertirá en escritor y que se halla mucho más cerca del poeta y del profeta que del intelectual académico de nuestros días.
El relato recorre, capítulo tras capítulo, diversas etapas vitales: la crianza de un niño en una familia de antiguas raíces, junto al Atlántico, cuyo bienestar económico no excluye el idealismo (el padre, figura caracterizada sobre todo por su perfil ético, es un médico que decide consagrar su trabajo al servicio de los más necesitados); el paso de ese niño, convertido en adolescente, a la gran ciudad donde descubrirá una vocación reflexiva y artística, y el presentimiento de otro país, invisible o secreto, que no coincide con el que emerge en sus representaciones públicas; la lucha del joven universitario contra la "Argentina visible", nación impostada, falsa, inauténtica, ostentosa, construida en el escenario del poder; la exploración de la "Argentina invisible", que responde a una sensibilidad y a una escala de valores forjados en una suerte de épica del trabajo y en un compromiso existencial: la "exaltación severa de la vida". De allí en más, los capítulos siguientes desarrollan tanto la denuncia y acusación contra los "traidores" que no reflejan, desde sus altos cargos y posiciones, el país verdadero, como la definición del estado de conciencia correspondiente a la Argentina profunda. El texto vuelve a lo testimonial, trazando vívidos retratos de dos influyentes visitantes intelectuales de la década del veinte, que Mallea conoció y de los que tenía opiniones muy dispares: el denostado conde de Keyserling (pensador de lengua alemana, nacido en el Báltico) y el admirado Waldo Frank (estadounidense, novelista y ensayista con ideas de izquierda, que no le impedían ser también un hombre religioso). Retoma luego la reflexión teórica, aunque apoyada en la concreta experiencia vital del narrador.
La forma autobiográfica no es por cierto novedosa como modulación del ensayo, ni en el contexto universal (el paradigma más antiguo que explícitamente se toma aquí en cuenta son las Confesiones de San Agustín), ni en el nacional, donde Mallea tenía modelos cercanos; se ha señalado, como referente posible, el Diario de Gabriel Quiroga (1910), de Manuel Gálvez, y podríamos agregar las crónicas de viaje cultivadas por importantes escritores de distintas generaciones, desde Roberto Payró hasta Ricardo Rojas, con la diferencia de que no se trata ya de un viaje al extranjero sino de una exploración por el paisaje y la psicología nacionales, a partir de una atormentada intimidad personal.
En cuanto a sus tesis fundamentales, Mallea se acerca, con sus matices propios, a ciertas concepciones del llamado primer nacionalismo, representado sobre todo por los libros iniciales de los mencionados Rojas y Gálvez: la valoración del interior frente a la metrópolis porteña (y en general, frente a las grandes ciudades, incluso las provincianas), la reivindicación de la raíz española (en particular, para Mallea, la que remite a la poesía mística), la idea de que existe una dirección espiritual genuina en la que debe conformarse la identidad nacional, frente a otra desviada y espuria, la condena del mercantilismo que sacrifica el ideal patriótico a la ganancia privada y a los beneficios del capital extranjero, el peligro latente en una inmensa masa inmigratoria que ya no pueda ser "ordenada" hacia el bien común por una clase dirigente desprovista de principios, la gravitación simbólica de la tierra. Comparte estas tres últimas ideas con algunos otros contemporáneos e inmediatos antecesores, como Raúl Scalabrini Ortiz ( El hombre que está solo y espera, 1931) y Martínez Estrada ( Radiografía de la Pampa ), aunque para este último las "fuerzas telúricas" adquieren un peso devastador y fatídico que no poseen en el ensayo malleano, donde se asocian, antes bien, a la regeneración interior y el reencuentro positivo con el origen perdido.
Mallea es tributario, también, de miradas sobre la Argentina expresadas por los prestigiosos visitantes extranjeros. Las tesis sobre el "argentino personaje" desarrolladas en el artículo de Ortega "El hombre a la defensiva" y sus ideas sobre la función rectora de las élites intelectuales resuenan aquí sin duda, aunque no se lo nombre, lo mismo que el pensamiento panamericano de Waldo Frank, de quien Mallea sí se considera abiertamente discípulo. ¿Dónde radica, pues, el aporte original de este libro que tanto repercutió en sus lectores inmediatos?
Ante todo, esa misma dicotomía que el texto establece entre Argentina visible/Argentina invisible, objetada por su simplicidad o simplismo (si se la contempla como mera oposición conceptual), resulta sin embargo una potente figura simbólica, cargada de connotaciones de vasto eco emocional, que tocan diversos registros de la experiencia y áreas de valor que no sólo aluden a una coyuntura puntual, sino a condiciones universales. Lo que esto pueda restarles en eficacia analítica de situaciones históricas se compensa en el plano alegórico-simbólico.
El texto de Mallea no resiste, en efecto, la grilla de cuño histórico-sociológico que intelectuales formados científicamente en estas disciplinas universitarias aplicarían hoy a los mismos problemas. Sin embargo, puede ser leído de manera diferente, en una línea hermenéutica explorada por estudios como los de Leonor Arias Saravia. Desde esa otra óptica posible, Historia de una pasión argentina es el relato de una aventura poética de la conciencia, donde un yo lírico apuesta a la perennidad e inagotabilidad de los símbolos para transmitir una experiencia vital instalada en la Historia, aunque también la trasciende. Es un texto novelesco, sustentado en la imaginería del mito del héroe, donde hay tenaces oponentes y un tesoro buscado: el conocimiento de una realidad esquiva, el señalamiento de una orientación para la Argentina futura y para el sujeto que en sus páginas se debate entre falsedades, espejismos y auténticas revelaciones. Aunque esto no es practicable en el puro campo académico, resulta muy coherente para el ensayo propiamente dicho, ese género híbrido tan característico de Latinoamérica que une acontecimiento y sentido, espacio privado y espacio público, singularidad y universalidad, razonamiento y emoción, expresividad y conocimiento, desde un yo siempre puesto en juego que interpela constantemente al "nosotros" (como observa Liliana Weinberg).
Historia de una pasión argentina tiene desde su mismo título el poder de plantear una indagación intelectual en los términos de una pesquisa pasional. Lo realiza con persuasivas herramientas, complicando al lector en la épica de una sensibilidad extrema, la de los que están "casi muertos a fuerza de vivir". Mallea consigue la hazaña de transformar lo que hubiera podido ser un trabajo de especulación abstracta en el recorrido psíquico y geográfico de un sujeto dramáticamente impelido por un deseo insaciable y una ética heroica.
El héroe despliega su periplo en diversos escenarios, sobre todo dos, que corresponden parcialmente a la oposición básica entre las dos Argentinas, la visible y la invisible: la ciudad abigarrada, vertiginosa, pero vacía de sentido, y la despojada campaña plena de potencialidades e infinitas sugerencias, fascinante en sus aspectos tanto seductores como siniestros. El contacto con la tierra, imagen paradigmática de una forma interior nunca del todo manifiesta, se halla siempre al borde de la revelación religiosa, de la experiencia mística. Algunas de las imágenes más bellas y también más desoladoras de la pampa bonaerense que haya producido la literatura argentina se hallan, probablemente, en estas páginas y en las de la novela Todo verdor perecerá . Una estética de la visión capaz de abrir una brecha decisiva en la superficie compacta del mundo rutinario se despliega en las enumeraciones precedidas de un "vi" reiterado, que prefiguran un Aleph, aparecido no ya en un sótano porteño, sino en la desmesurada llanura o en los otros paisajes interiores de una nación desconocida: "Una vez vi el alba y las noches jujeñas, el cielo profundamente lejano y arqueado y claro [ ], vi quebrarse ante mí el perfil mayor de la montaña tucumana a un costado de la ciudad casi amarilla, graciosa y selvática desde el levantarse de la vega hasta la cima [ ], vi la ininterrumpida superficie de monstruosos helechos [ ], vi regresar callados a unos hombres que habían partido por la mañana alegres: la plaga, la manga de langostas, del monte había dejado sólo el esqueleto "
Cabe señalar, especialmente, que a pesar de su postulación de una Argentina invisible pero real, de matriz telúrica y provinciana, ésta no parece tener una localización geográfica o social precisa. Los lugares recorridos en la visión funcionan más bien como las metáforas espaciales de una comunidad virtual y largamente diseminada, de algo que es aún un "no lugar", un ou-topos , una utopía. Y por serlo, sus habitantes, como el apasionado intelectual que nos habla, se hallan, hasta el momento en que el ou-topos se vuelva en verdad un lugar habitable, en un espacio de soledad y destierro que implica un descenso al ámbito de la "patria interior". Sus palabras anuncian ya las tesis de un libro posterior: El pecado original de América (1954), de H. A. Murena, que tendrá, como éste, una larga reverberación: "Desterrados los argentinos lo somos todos. Desterrados del espíritu, desterrados de la civilización de que venimos "
A la inmersión en la Argentina profunda, se opone, metafóricamente, el "deambular". La acción de errar sin rumbo por las calles de una ciudad donde todos parecen hallarse extraviados se repite una y otra vez en el texto, paralela a la frecuentación incesante de libros que no satisfacen al buscador de saber y de pertenencia. Hay un momento, no obstante, también preborgeano, en el que el deambular del errante se transfigura en exaltación feliz, y que corresponde, dentro del mito heroico que Mallea forja, a la iniciación del joven héroe en el secreto anhelado, por parte de un maestro. Este no es otro que Waldo Frank, quien le transmite la certeza de una armonía cósmica posible, un acuerdo del cielo y de la tierra, el anticipo de una plenitud, de un cumplimiento histórico: un orden nuevo, propio de las dos Américas, que podrá renovar el "caduco orden europeo" y superar el espíritu disociador del oro y de la máquina en la América nórdica y protestante, así como dar una forma social y política vigorosa a la vitalidad dispersa de la América hispana.
La última imagen del capítulo que Mallea dedica a Frank recuerda intensamente a la de los miembros del borgeano "congreso del mundo" ("El congreso", de El libro de arena ), participantes de una beatitud universal, después de haber quemado su pretenciosa biblioteca. Nos muestra a Frank y a Mallea, caminando juntos en la "noche americana", ansiosos de propagar su fe -una fe mucho más que "libresca"- en la nueva conciencia de América.
Si algo permanece vigente en la aventura heroica narrada por Mallea no es, por cierto, este grandioso sueño común capaz de unir ambos hemisferios en una conciencia nueva. Es su intrínseca irradiación poética como relato de una existencia y un país en conflicto. Y acaso también la modesta convicción de que, a pesar de todo, la Argentina (y la especie humana) subsisten aún gracias al trabajo y a la fe cotidiana y anónima de tantos silenciosos o desoídos, invisibles o borrados por la mirada ciega del poder. Esos hombres y mujeres justos que, desde los tiempos bíblicos hasta nuestros días, siguen sosteniendo un mundo que se tambalea
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