jueves, 6 de diciembre de 2012

Blackie: Paloma Efron (1912-1977)


En una televisión en la que los ‘famosos de este tiempo’ no saben contestar -tal vez no tengan qué decir-, en la que el rating sella el destino de supervivencia, en la que algunos programas siguen el ritmo de la nominación, sentencia y polémica posterior que deriva en el inevitable cartel francés de mediático , se hace imposible imaginar a Blackie marcando sus tiempos, dejando su huella en cada pregunta, en cada pausa, en cada reflexión, en cada ironía bien usada, en cada pedacito de su respeto. No sólo porque ella ya no está, sino porque fue única.

Y hoy, no tan caprichosamente, a cien años de su nacimiento, su ausencia se hace notar como la más implacable de las presencias. Como fue la suya desde los comienzos mismos de la TV argentina. O desde mucho antes, en cada una de las cosas que creó.

Porque ése es uno de los verbos que mejor la definen. Paloma Efron -nació el 6 de diciembre de 1912 y murió el 3 de septiembre de 1977- creaba. Lo hacía desde su rol de productora, de conductora, de entrevistadora. Siempre aferrada a la calidad (“las concesiones, en general, te dejan cicatrices y te invitan a la comodidad... Y eso no es bueno”, reconoció en una nota radial del ‘70), se ganó un lugar en los medios. Y en la memoria de los que la conocían o los que la veían desde la cercana lejanía que impone la TV. Hay, sin dudas, un estilo Blackie.

Dueña de un lenguaje exquisito, marcaba territorio sin dejar a nadie afuera. Invitaba a nivelar para arriba, como si llevara a su interlocutor -y al espectador u oyente- de la mano, sin soltársela jamás. Tenía la sabiduría de los inteligentes que no necesitan recurrir a la soberbia.

Recortes periodísticos de sus comienzos cuentan que de chica soñaba con ser química. Y dicen que soñaba tarareando. De familia judía, instalada en una colonia de Entre Ríos, comenzó su camino artístico en la música, sacándole brillo a esa voz que se lució en las hondas melodías del jazz. En plena adolescencia decidió ganar su primer sueldo, casi simbólico: era un de las bibliotecarias del Instituto Cultural Argentino Norteamericano. Allí, entre charlas ajenas y curiosidad propia, descubrió el género del negro spirituals , leyó y escuchó todo lo que pudo. Y se animó a cantarlo.

Su padre, referente clave en su vida, fue quien le recomendó -ella contaba que “de jovencita viví esa conversación como una orden, pero con los años la sentí como un gesto de amor”- que fuera a estudiar música a los Estados Unidos. Lo bien que hizo en hacerle caso, porque Blackie no era del tipo de gente que hacía caminos ortodoxos. Sí, es cierto que iba de la casa a la escuela y de la escuela a la casa, pero en el medio se metía en los barrios bajos neoyorquinos, observaba costumbres, se colaba en bolichitos con recitales para pocos parroquianos, se empapaba de la cultura que luego le condimentaba la voz. Y se juntó con grandes como Ella Fitzgerald o Duke Ellington. Se la iba a perder Blackie, la que siempre quería más. No por ambiciosa, precisamente. Sí por esa constante necesidad de superarse.

Después de siete años de formación, volvió a la Argentina y se probó en la radio, a la que, según cuenta la leyenda, entró como Paloma y salió con el apodo que el público de Radio Stentor le eligió al oírla cantar (traducido, sería ‘Negrita’ ). Así inició su carrera, que rápidamente incorporó la actuación, con papeles en películas como ¿Qué es el otoño?

y Cristina .

Casada con Carlos Olivari -guionista cinematográfico de quien se separó unos años después-, en el ‘52 se presentó a Tropicana Club (Canal 7) agitando las banderas del jazz. Claro que su persona lidad era más fuerte que su voz. Tanto, que unos meses después, ante un hueco que se produjo en la programación, la convocaron de urgencia para que resolviera la emergencia en el mismo día: llevó unas fotos de figuras internacionales, dio unas indicaciones para que el camarógrafo no se perdiera en el álbum imaginario y así nació Cita con las estrellas , ciclo que se instaló durante siete años en pantalla.

Condujo más de diez programas (cómo no recordar Volver a vivir ), fue directora de Canal 7, enorme entrevistadora, fumadora e irrepetible. Murió a los 64 años, por una salud debilitada por úlceras gástricas. Nunca se sabe cuándo ni dónde, pero da la sensación de haberse ido antes de tiempo. Antes de que esta televisión, seguramente, le fuera tan ajena.

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