viernes, 28 de marzo de 2014

Enrique Muiño y Elías Alippi

No pudieron ser más distintos, en temperamento, carácter y forma de actuar. Sin embargo, juntos
encabezaron durante muchos años una de las compañías más duraderas y memorables en la historia del teatro argentino. Se llamaban Enrique Muiño y Elías Alippi, y una anécdota bastará para conocerlos.

Contaba Iris Marga que Muiño, bohemio irremediable, llegaba siempre tarde a los ensayos. Alippi, en cambio, era la puntualidad y la exactitud en persona, un director (él firmaba las puestas en escena) minucioso hasta la exasperación. Ese día el retraso de Muiño sobrepasó todos los límites: media hora, una hora, una hora y media...

Cuando por fin llegó, a las cansadas, Alippi lo increpó duramente. El culpable, con fingido candor, mostró su reloj de bolsillo, convenientemente atrasado. Su socio se arrancó de la muñeca el magnífico reloj suizo de oro que era su orgullo, lo arrojó al suelo y exclamando "¡Entonces esta porquería no sirve para nada!", lo aplastó bajo el taco de su zapato. Muiño, avergonzado, y en extremo sensible como era, no pudo contener las lágrimas y pidió perdón a toda la compañía.

Muiño y Alippi cultivaron un repertorio ecléctico, con predominio de la comedia dramática. Su mayor éxito fue una pieza costumbrista, "Lo que le pasó a Reynoso". Se conocieron en 1916, en el teatro Nuevo (donde hoy se alza el San Martín), en la compañía de los Podestá. Muiño, hijo de inmigrantes gallegos, tuvo una infancia azarosa, más por su negativa a convertirse en lo que entonces se llamaba un hombre de provecho, que por estrecheces de familia. Fue vendedor ambulante, llegó a dormir en una fonda por veinte centavos la noche, hasta que su padre, harto, lo enroló de marinero en la fragata Sarmiento, donde pasó siete años. A bordo, en travesías que lo llevaron por todo el mundo, improvisaba funciones de teatro con sus compañeros. Al regresar, un esforzado maestro, Mariano Arosa, le dio lecciones gratuitas de cultura general. En 1902, el joven Enrique ingresó en el elenco de los Podestá.


Alippi -en verdad se llamaba Isaías- era hijo de un talabartero italiano, de origen sefardí, que ansiaba verlo abogado. Pero al muchacho lo atraía más el escenario. Se presentó a Jerónimo Podestá y cuando éste le preguntó qué sabía hacer, contestó: "Bailar tango". Y fue en ese carácter que dos días después se floreaba con cortes y quebradas en "Justicia criolla", una "zarzuela porteña" de Ezequiel Soria. Durante cinco años trabajó sin cobrar sueldo y tan sólo cuando por casualidad debió reemplazar de apuro al protagonista de "Caín", de García Velloso, empezaron a pagarle sesenta pesos por mes.

Sin desdeñar el recio temperamento dramático de Muiño, sobre todo antes de que el cine lo embalsamara en una reiterada imagen de patriarca sentencioso, fue Alippi el alma de esa dupla. El instaba a los dramaturgos a escribirles (la primera pieza de Samuel Eichelbaum, "Pan criollo", por ejemplo), buceaba en el repertorio extranjero ("El paquebote Tenacity", de Charles Vildrac), ponía su innato buen gusto en la colaboración con escenógrafos, figurinistas e iluminadores, y llegó a dirigir dos de los más memorables éxitos de la Comedia Nacional en su época de oro: "Calandria", de Martiniano Leguizamón, y una espléndida versión de "Martín Fierro". 

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