El libro del epígrafe es de autoría de José Valle y no se trata de una biografía novelada del caudillo federal argentino sino de una obra muy especial, de historia con contenidos de realidad enriquecidos por una infrahistoria de amor entre el Supremo Entrerriano –que así se lo llamó aunque él nunca utilizó el epíteto- y la tan mentada Delfina; rememorada en la historiografía, en la novela, en la poesía y otros fontanares, como la canción popular de la nación argentina.
En el comienzo leemos un sencillo agradecimiento pleno de autenticidad, emotividad y afectividad, donde está presente el recuerdo a uno de sus maestros, Félix Luna, quien, precisamente, esclareció con objetividad la problemática tratada, de la zona litoraleña y de la región. Valle lo hace también con un enfoque que es el que nos determina a señalar el carácter singular mencionado líneas arriba, al desarrollar más aún algunos rasgos del conflicto histórico, complejo y apasionante, por demás dramático. Quiero decir: con la obra del autor cuya recensión hago en el presente advertimos el signo estructural no sólo del conflicto sino también de las armonías establecidas fácticamente en la realidad que es la historia.
En efecto, en sus prolegómenos se ocupa prolija y cronológicamente del lapso colonial, para luego introducirse en el tiempo de la Revolución de Mayo; “revolución” o “proceso evolutivo”, intentó y logró la independencia nacional, porque se trataba de romper las cadenas con la metrópoli, para lograr la liberación de la región y también la libertad de los hombres, habitantes naturales incluso que se legitimaron con varios documentos publicados por los revolucionarios en lengua de esas comunidades (“indias”); algunas menciona el autor; en el criterio de investigadores, han tenido hasta 20.000 años de antigüedad. Algunos de sus descendientes participaron en las luchas por la independencia, inclusive en las fuerzas comandadas por el ilustre, genial, talentoso y valiente entrerriano.
El caso es que José Valle pone bien en claro, fundadamente, el propósito de Francisco “Pancho” Ramírez no solamente fue la independencia –en los términos ya expresados- sino la unidad total de una República y de un régimen democrático con verdaderos estadistas al frente –como él lo fue-, y no una “República de Entre Ríos”, porque la expresión “república”, en tal caso equivalía a provincia; la semántica contemporánea no es la misma que la del comienzo del siglo XIX y, por eso mismo, las actuales provincias de Corrientes y Misiones eran “gobernaciones” e integraban la “República de Entre Ríos”.
José Valle |
Lo afirmado no merece controversia dado que los hechos y la documentación que analiza José Valle, sobradamente, justifican que el desiderátum del caudillo era la constitución de una nación, las Provincias Unidas del Río de la Plata. Más, no cualquier constitución y menos una constitución absolutista, unitaria, que sirviera para el sometimiento de los mismos habitantes de Buenos Aires, del resto del país y de las provincias, a las que un grupo aristocrático y despótico quisieron subordinar injustamente sin base federalista y, ergo, autonómica. Es claro que estaba en juego el honor nacional y la dignidad de los habitantes en igualdad, aunque ésta se haya tratado de lograr de un modo gradualista, hasta la sanción de la Constitución de 1853, que no resultó la última palabra pero sí un comienzo; normas básicas que, dejando de lado los conflictos y las crisis (negativas) del presente, merece gran cantidad de reformas para que la forma de gobierno sea genuinamente representativa, republicana y federal –como lo quiso el gran entrerriano-, con la democracia como forma de vida, y no una dictadura económico-financiera no ostensible, por obra del mercado, del intercambio y del supercapitalismo generador de la “tercera guerra mundial” (del intercambio).
Las medidas asumidas por Ramírez así lo atestiguan. El autor del libro que comento lo pone de resalto, en lo específico de aquellos tiempos, con sus hechos y con la documentación ya citada que hoy día merece una mayor atención, en el criterio de los historiadores. De algún modo, según mi convicción, de dicha obra emerge con claridad que la muerte trágica y dramática de Pancho Ramírez, impidió un destino distinto para la Argentina; que la lucha de los pueblos de provincias, con sus caudillos al frente, fue la legítima; que ello implicaba la verdadera cultura y civilización, congruente con nuestra naturaleza histórica y social, y no las que intentaron e intentan todavía el remedo de modelos extranjeros y el relato de la globalización –equivalente a imperialismo- que no integra ni busca la soberanía de la humanidad ni la soberanía de los pueblos.
A cualquier precio, busquemos la afirmación de un revisionismo histórico, sin parcialidades, pues así sabremos mejor cómo somos y hacia dónde tenemos que ir. Si hay un horizonte, caminemos hacia él, que es una utopía –y como tal posible si es que no la impiden con el poder del mercado-; si el horizonte se corre, sigámoslo igualmente, porque –ya ha sido dicho- que es importante caminar y edificar. De una incontestable revisión resurgirá la personalidad de Francisco Ramírez, en una inmensurable dimensión. Esta debe ser posiblemente la causa de la devoción que los entrerrianos tienen por él, que guardan en la rinconada de sus espíritus, aunque no sepan ciertamente el por qué. Es un arcano que vale, un sentimiento contenido en la esperanza de la “Patria Grande”.
Finalmente, debo especificar que la investigación realizada por el autor no excluye una franja relevante de esta historia: la referida a la Banda Oriental del Uruguay; a su caudillo José Gervasio Artigas; al protagonismo de Estanislao López y Santa Fe; la batalla de Cepeda y el Tratado del Pilar, una de las piedras basales de la Nación; la conjunción de relaciones –conflictos y armonías- con otros actores y la problemática derivada de las pretensiones portuguesas.
Por todo ello, el libro que comento amerita su lectura y su consulta, por todo habitante interesado, particularmente estudiantes, docentes, políticos e historiadores.
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