La Quebrada de las Conchas, los Valles Calchaquíes y Cafayate son los escenarios argentinos que eligió el periodista y documentalista Martín Jáuregui para ambientar una de las doce ficciones de su nuevo libro "Historias de mi país. Geografías argentinas II".
El autor celebra la aparición de su libro con un vuelta a la provincia de Salta, uno de los territorios que retrata fielmente en el cuento “Cocinera mil estrellas”.
"Es uno de los lugares más hermosos del país, imponentes paisajes, excelente comida y buen clima", dice desde la entrada a Cafayate.
El personaje de este relato es Ismaela Coronel, una gran coplera y hacedora de tamales, humitas y las mejores empanadas del valle. Ella es la humilde dueña de unas tierras en el pueblo de Cachi y una amenaza le estruja el corazón: empresarios quieren su propiedad a toda costa para instalar un mega emprendimiento hotelero.
"Pueden comprar lo que quieran pero no el lugar donde ella nació, donde vivieron sus antepasados y sus canciones", reivindica Jáuregui sobre el trasfondo de esta historia que intercala con bellas coplas y que fue inspirada en el tema "Latinoamérica", del grupo Calle 13.
En la reciente obra publicada por Planeta, el columnista de la radio Vórterix delinea paisajes que actúan como ejes centrales y son disparadores de las más diversas ficciones, mezcladas con datos de cada lugar y de sus costumbres.
Así como en Ismaela, el amor por su tierra brota en cada palabra coplera, el periodista viajero y experto en turismo profesa la misma intensidad por Salta, una provincia que atesora manjares, colores y la grandilocuencia de los cerros en primer plano.
Fiel a su estilo descontracturado, Jáuregui habla con todos los que pasan, escucha y pregunta. Una de sus escalas es Alemanía, un desolado pueblo a 17 kilómetros de Salta donde "en los 90 vivía una sola persona, el señor Mamani, que tenía la fuerte esperanza de volver a ver pasar el tren", recuerda sobre su primera vez en el lugar.
Los ferrocarriles que paraban allí cerraron un 31 de julio de 1971.
"Ramal que paró, ramal que cerró" parafrasea Jáuregui con un dejo de tristeza, y cuenta que por allí circulaban cargueros que funcionaron a pleno en las primeras décadas del siglo XX. "Hasta el tren hubo vida", remata Carlos Cari, uno de los pocos pobladores.
Hoy el lugar exhibe de forma cuidada la estación prolífica que supo ser, allá por 1916, y es paso obligado de turistas que van a camino a Cafayate, “la perla del oeste”.
La ruta hacia esa ciudad posee verdaderos atractivos naturales. La Quebrada de las Conchas, una reserva natural en el sistema de los Valles Calchaquíes, serpentea la ruta provincial 68 y por 60 kilómetros se extienden formaciones rocosas de color rojizo, producto de las estratificaciones ferrosas.
Pasando el Dique Cabra Corral, una de las obras hidráulicas más importantes del país, se vislumbran recortadas en lo alto formas de hongos, castillos, barcos, sapos e indios recostados. Incluso un anfiteatro natural con acústica perfecta por el que pasaron orquestas nacionales y cantantes como el Chaqueño Palavecino.
Con los cactus a los costados (dicen que eran hombres non sanctos cuyos espíritus fueron captados por la Pachamama y quedaron petrificados con sus brazos en alto pidiendo liberación) comienza la entrada a Cafayate, nombre que en aymará significa "cajón de agua".
Allí se levantan los primeros viñedos, sello indiscutible de esta geografía, famosa por su delicioso vino torrontés -la cepa crece con el sistema de espaldero, al sol-, sus misteriosas dunas -lugar de guitarreadas nocturnas- y las serenatas en el club local.
Otra de las particularidades, cuenta Jáuregui, es que en lo alto de los Valles de Cafayate, en la finca Las Nubes, más de 2.000 personas de todas partes se juntan a mediados de marzo para cosechar las uvas, convirtiéndose en la única fiesta de la Vendimia de Salta.
Vides, cerros naranjas, el sabor de las típicas empanadas (fritas, con carne, papa y verdeo) y sonidos copleros de fondo, la zona de los Valles Calchaquíes, no sólo es inspiración literaria, sino también una invitación a conocer -en profundidad- el país y sus historias que, como la de Ismaela, surcan esta maravillosa tierra.
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