miércoles, 25 de febrero de 2015

48 años sin Pepe Arias

Es muy probable que la nueva generación de argentinos no lo conozca o tenga bastante desdibujada su personalidad, sólo evocada en nostálgicos ciclos de la televisión por cable o el Museo del Cine.
Pero viendo la importancia de José Pablo Arias,que por medio siglo despertó la sonrisa y la reflexión de millares de espectadores, como excelente actor y a la vez como un agudo observador de la realidad social y política que lo rodeó, es seguro que muchos extrañen su presencia y sus satíricos monólogos en el contexto actual Porque vale como ejemplo echar una mirada retrospectiva hacia la cartelera del teatro Sarmiento,uno de los puntales de la revista criolla en 1932,para darse cuenta de lo relevante de su figura, en un marco que no difiere mayormente al de los tiempos que corren, a juzgar por los títulos estrenados por la compañía Argentina de Grandes Revistas, dirigida por Manuel Romero:"Adelante con los impuestos"; "Mejor están en Shangai"; "Gran remate nacional"; "¿Volverán las oscuras golondrinas?" y, como cierre, "Con Pepe Arias no hay más crisis".
Seguramente las penurias del momento eran muchas y así lo reflejaban los cuadros puestos en escena, como el que mostraba a un Pepe desocupado consiguiendo un empleo de hombre-sandwich, con publicidad en sus carteles, perseguido por varias personas que querían deglutírselo en plena calle.
Pero lo que es seguro por lo menos por unas horas, que su humor catártico libraba de las pálidas cotidianas, a sus "queridos filipipones", como solía denominar a sus fieles seguidores de la platea.
Nacido frente al ex Mercado de Abasto, el 16 de enero de l900, se formó al lado de nombres fundacionales del teatro nacional, como Luis Arata y Enrique De Rosas, manejando a la perfección todos los recursos inherentes al sainete y al grotesco con un rostro extremadamente maquillado.
Conoció la gloria de obtener el Premio Municipal como mejor actor dramático por su actuación en "Ovidio",de Laurent Doillet,en el prestigioso Teatro Odeón,en 1942 y también un pasajero fracaso con "Jerónimo y su almohada", la obra de Enrique Larreta que no marchó con su estilo.
Fue pionero del cine sonoro y filmó 24 películas, incluyendo las brillantes "Kilómetro 111"(1938), de Mario Soffici y "Fantasmas en Buenos Aires"(1943), de Enrique Santos Discépolo, hasta la póstuma "La señora del intendente"(1967), de Armando Bó, donde lució desganado al lado de Isabel Sarli.
En radio triunfó con personajes hechos a su medida como Don Vistobueno Ciruela,el maestro de una escuelita radial donde surgió como discípulo en la ficción Tato Bores, posteriormente gran monoloquista político como su mentor, pero con un discurso vertiginoso, antagónico al pausado y casi cansino de Pepe.
Alejado de la televisión, a la que consideró "una hoguera espantosa que quema con la rapidez del rayo", fue astro indiscutido de las revistas del Maipo y El Nacional por largos períodos y fue prohibido entre 1952 y 1955, por la Subsecretaría de Prensa y Difusión del gobierno peronista, cuando no se lo veía con buenos ojos.
Poco tiempo después, Pepe descubrió Pinamar y fue un amor a primera vista. Allí pasó parte de sus últimos años, en paz y quietud, junto a su compañera Petra, en su casa de la calle Burriquetas.
Aunque no se hubiera imaginado que su paraíso costero se convertiría en el sitio trágico de muerte y espanto del presente, con su vasto conocimiento del tema y su particular sensibilidad, le llegó a comentar amargamente a Petra que "Se vienen tiempos muy duros y tristes en la Argentina. Suerte que yo no voy a estar vivo para presenciarlos...".
En verdad, toda una premonición.
DE SU PUÑO Y LETRA
"Desde 1920 vengo haciendo revistas y nunca tuve grande problemas. La broma política es uno de los elemento fundamentales de la revista porteña.
Los autores dan la línea del asunto y uno rellena esas líneas. La política es un juego para caballeros. El público lo entendió siempre así, en lo gobiernos de Yrigoyen, Alvear, Uriburu, Justo, Ortiz y Castillo.
Salvo un período donde las sátiras desaparecieron de los escenarios revisteriles, no pasó nada. Aquellos gobernantes y dirigentes políticos sabían reír. Sabían que el humor convertía a la política en un juego y lo despojaban de la solemnidad y de la seriedad, que siempre son peligrosas Porque la política es juego de caballeros, y quienes no son caballeros no pueden actuar en política".(1956)
"El monólogo tiene una clave: es una especie de reportaje político; yo leo los titulares de los diarios y cuento las noticias en el escenario agregándole un comentario jocoso. Pero siempre hay que actualizar la información: un chiste político del jueves no hace reír el viernes".(1963) 

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