Abel Aznar fue un gran poeta, un escritor que supo escribir un puñado de tangos de excelente calidad, pero yo no sé si el calificativo “rey de la rima” le hace justicia a él y sus poemas.
Con el tango se relacionó en la adolescencia. Su padre, tocaba la guitarra y el bandoneón y en su entrañable pueblo del partido de Merlo, lo inició en los placeres del dos por cuatro. Después, quiso que su hijo estudiara Ingeniería Química, pero ya era tarde: el muchacho eligió la poesía, la bohemia de la noche porteña y alternar con músicos, poetas y calaveras.
Los tangos de Abel Aznar son más conocidos que él. Son tangos recios, viriles, sobrios y muy bien escritos. No hay tanguero que no los haya silbado o cantado en voz baja. Celebran la amistad, la hombría, los amores perdidos y las pequeñas e inútiles revanchas. Son tangos para hombres cuya poética se detiene justo en la línea que los separa del machismo. Los cantores emblemáticos de sus letras son varones de pinta brava y voz de guapo. Sus nombres merecen mencionarse: Julio Sosa, Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Jorge Casal, Oscar Alonso y, sobre todo, el gran Alfredo Belusi que, para alguno de sus seguidores, es el genuino y auténtico varón del tango.
Belusi fue el hombre que incorporó a Aznar a su repertorio y, según los entendidos el que mejor los interpretó.
“Lo que vos te merecés”, es un clásico. Lo interpretaron grandes cantores, pero nadie lo hizo como él. Yo tuve la oportunidad y el privilegio de oírlo y verlo en el célebre “Bacán” de Oscar Neme, ubicado en la esquina de 25 de Mayo y Juan de Garay. Esa noche también cantó “Y no le erré”, “Jamás lo vas a saber” y “De puro curda”. Fue una fiesta inolvidable.
En varias letras de este autor se relata la mítica escena donde la mujer abandona al hombre seducida por los cantos de sirena de la riqueza o la felicidad fácil, pero en algún momento regresa. El más emblemático, el más popular, es “Lo que vos te merecés”, con ese estribillo clásico donde celebra que haya vuelto “con ese vestidito que yo te regalé”. La letra concluye con el típico reproche: “Que decís, que te engañaron con un mundo de promesas, que volvés arrepentida que recién me comprendés, que querés si se acabaron tus delirios de grandeza, hoy tenés de recompensa, lo que vos te merecés”.
Situación parecida se plantea en el tango “Y no le erré”. También allí la mujer tiene pajaritos en la cabeza y abandona al hombre para correr detrás de sus ilusiones o de sus berretines. Como en “Lo que vos te merecés” en “Y no le erré” el hombre recibe a la mujer con algo de satisfacción y de amargura. “Hoy tengo el gusto de verte volver como yo quería”, le dice, para luego rematar: “Que el día menos pensado, como una cosa resuelta, ibas a pegar la vuelta, sin grupo ...y no le erré”.
La última estrofa es muy buena. “¡Te lo juro! Tuve ganas de vengarme, mi amor propio no entendía otra razón, fue un momento, pero pude serenarme y me dije bien tranquilo... ¡Necesita un tropezón!, necesita que la engrupan y que un día, se dé cuenta que vivió en un folletín, que se encuentre sin cariño y en la vía, pa que entienda que todo esto no fue más que un berretín”.
Las dudas, el dolor disimulado por la supuesta revancha, la certeza del amor recuperado, todo ello visto desde el lugar de un héroe tanguero, es lo que le otorga a estos poemas belleza y perdurabilidad. Puede que en la letra el machismo esté presente, en algunos casos de manera visible, pero lo que lo disculpa, lo atenúa y en todo caso lo justifica, es la capacidad del hombre para amar. Machista, guapo, perdedor, tal vez algo anacrónico, el personaje sólo se salva gracias a su capacidad de amar.
Un tango importante en el repertorio de Aznar es “Y te parece todavía”. Es un tango muy bien escrito que curiosamente las mujeres han sido las que más se han lucido al interpretarlo, al punto que para más de un tanguero el protagonista de la historia es una mujer, aunque en la letra no hay ninguna referencia a la sexualidad del personaje. El estribillo es un clásico del tango: “Y te parece todavía, que te puedo perdonar, vos serás como una herida, para el resto de mi vida, pero otra cosa, jamás”. En este caso, el personaje no olvida la ofensa recibida. A diferencia de los poemas anteriores en “Y te parece todavía”, el o la protagonista no perdona y, como me dijera un veterano de la guardia vieja: “Esa incapacidad para perdonar es lo que le otorga al tango un perfil femenino.
“De puro curda”, se ha transformado en el himno de los borrachos o de todos los que celebran el gusto de beber alcohol sin otro justificativo que el placer de beber. En este caso la curda no es la respuesta a un fracaso amoroso, a una pena de amor. La gratuidad del acto es lo que le otorga nobleza. “Yo tomo por que si, de puro curda, pa mi siempre es buena la ocasión”. O cuando dice: “Y a mí que me importa que diga la gente, que paso mi vida tras un mostrador, por eso no dejo de ser bien decente, no pierdo mi hombría ni mancho mi honor. Me gusta y por eso le pego al escabio, a nadie provoco ni obligo jamás, y al fin si tomando yo me hago algún daño, lo hago conmigo, de curda no más”.
Por último, una referencia a ese otro gran poema que se llama “Jamás lo vas a saber”. Otra vez el amor y el fracaso del amor. Pero a diferencia de “Y no le erré” o “Lo que vos te merecés”, es que el hombre no quiere que se sepa que está enamorado. “No me vas a ver tirado, ni me vas a ver vencido, no me vas a ver rodando como vos te imaginás, ni metido en los boliches pa curarme de tu olvido, si has pensado en todo eso no lo vas a ver jamás”. Toda una cultura masculina se expresa en estos versos. El hombre jamás va a demostrar que sufre. Ni siquiera delante de los amigos. “Y si tomo alguna copa no va a ser con los amigos, uno nunca está seguro si le falla el corazón”.
Sin embargo, el poema avanza y en sus últimos versos el reconocimiento de que está totalmente enamorado es tan evidente, que podría decirse que es una suerte que el tango concluya, porque un verso más y el hombre termina confesándole a la mujer que está enamorado de ella. “No te voy a dar el gusto que te digan algún día, que me vieron solo y triste que me muero por tu amor, que te extraño como nunca, que te quiero todavía. No te voy a dar el gusto que te cuenten mi dolor”.
Escribir para Aznar fue un arduo aprendizaje. Se dice que siendo muy joven el maestro Osvaldo Pugliese le dijo después de leer algunos de sus poemas: “Pibe, cambiá de manera de escribir, porque así no vas a llegar a ningún lado”. Nunca olvidó ese consejo. Y cuando Pugliese permitió que sus cantores más emblemáticos incorporasen sus grandes tangos al repertorio, es porque entendió que el muchacho había seguido sus consejos y los había superado.
El 28 de junio de 1936, Nelly Omar canta el primer poema de Aznar. Se llama “Igual te quiero”. La orquesta de Florindo Sassone con Jorge Casal estrena “Y mientes todavía”. Y la orquesta de Osvaldo Pugliese presenta con la voz de su amigo Roberto Chanel, “La mascota del barrio”. Ya para entonces, Aznar es un poeta reconocido en el ambiente. Reconocido y respetado. Los cigarrillos y el café fueron sus adicciones. La pintura su hobby preferido. Comía muy poco y disfrutaba de la reunión de amigos. Nació el 26 de junio de 1913 y murió el 5 de marzo de 1983.
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