ÚLTIMO VÉRTIGO
Del silencio venido
hacia el silencio voy,
hacia las fuentes tiendo,
hacia lo Absoluto,
que en el mundo latente
de lo manifestado,
ya no ha menester
de otro signo mayor.
Con el pensar mi cuerpo
-roja tierra de espinas germinando-
poco a poco de mí se libera
y me abandona
y no es de pronto sino
la vestidura de mi espíritu
y su tabernáculo.
Mi nombre aún
sólo un guarismo es, insombre.
Sucede incluso que,
despierto,
no soy más que el objeto,
la cosa y la persona
que por ojo (el ojo,
la lámpara del cuerpo) percibo,
que siento por palpadura
y por oído escucho,
-todo cuanto por magia, en fin,
intuyo y me rodea.
En mi más alto sueño,
en cambio,
-costumbre de costumbres,
subvida de lo eterno
trastornado-
el universo todo,
sin tiempo ni riberas
vibra,
vibra insondable
en mi dentro,
¡oh milagro del ritmo
transitivo,
oh microcosmo sigiloso!
Soy centro entonces y horizonte
con el centro y con el horizonte,
punto de reencuentro y puerta
por un detrás de luz
configurados.
Uno en presencia soy
-indivisible y sucesivo-
en la conciencia cósmica
con el infinito,
con mi multitud,
con el Uno.
Insigne resplandor me inunda,
me desnuda y me es.
Mas en verdad
buscando estoy todavía…
En el abismo místico
(en el abismo mágico) sumido
buscando el rostro estoy que yo tenía
antes que se creara el mundo.
De Penumbra Lúcida (1968. Buenos Aires: Editorial Sudamericana)
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