martes, 4 de junio de 2013

Carlos Gardel y Alfredo Le Pera

El trágico accidente aéreo en Medellín apagó la vida de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, una dupla que
cambió la historia del tango canción para siempre. Para Gardel, esa fatídica muerte, en el punto más alto de su carrera como estrella de cine y cantor popular, fue el salto a la inmortalidad como ícono porteño alrededor del mundo. Para Le Pera, su colaborador más estrecho a partir de la década del treinta, como guionista y letrista de las canciones en los films Cuesta abajo, El tango en Broadway, El día que me quieras y Tango Bar fue la conclusión de un papel secundario tan glorioso como en las sombras.

El origen de estos dos artistas parece formar parte de una extraña paradoja en la formación de un adn tanguero universal, que logró su consagración a partir de las particularidades que imprimieron dos creadores nacidos en el extranjero. De la identidad errática de Gardel -entre Toulouse y Tacuarembó- se habló muchas veces, pero poco se conoce del gran hombre detrás de la leyenda.

Los aficionados deben saber que Le Pera, el creador de letras inolvidables y emblemáticas del tango canción como "Volver", "Melodía de arrabal", "Sus ojos se cerraron", "El día que me quieras", "Cuesta abajo", "Soledad" y "Volvió una noche", fueron pergeñadas por un poeta concebido en la ciudad de San Pablo (Brasil), el 6 de junio de 1900.

Un dato más dentro de una anecdótica y jugosa vida privada -amores de juventud, pasiones entre bambalinas, vida bohemia y la trágica muerte del amor de su vida, la vedette Aída Martínez- que nutrió de leit motiv sus letras y contrasta con el recuerdo de un hombre hosco de carácter taciturno y opaco. "Para el argumento de El día que me quieras , comenzamos a hurgar en la vida de Gardel y la encontramos exenta de romántico interés. La de Le Pera, en cambio, tenía episodios románticos en abundancia", cuenta Terig Tucci en su libro Gardel en Nueva York .

El rol de partenaire poético e inspirador de historias universales con color local que jugó Le Pera fue trascendental para montar la estatura de Gardel como transmisor de una identidad porteña y una lírica que perduraría y se agrandaría incluso con el paso del tiempo. Con ocho películas en un corto lapso de tres años, a partir de Espérame, filmada en 1932, la dupla fundó un repertorio poético musical, escrito entre el apuro de los sets de filmación, que alcanzaría el bronce.

UNA DUPLA FABULOSA

El encuentro entre Gardel y Le Pera coincidió con un momento justo para el cantante, que había avizorado en el cine la posibilidad de proyectar su imagen y la del tango al mundo y estaba buscando un compañero ideal para que lo acompañara en esa travesía. Le Pera, por su parte, se encontraba en un momento de madurez personal, necesitado de nuevos desafíos, tras encontrar una vida sin apuros económicos, una estabilidad dentro del ambiente teatral como escritor de obras y sainetes, partícipe de una bohemia que lo mantenía entretenido y en busca de negocios excéntricos, como la importación de perros galgos rusos para vender entre las familias acomodadas de la sociedad porteña.

El encuentro tiene varias historias paralelas. La primera hipótesis cita el primer encuentro entre los dos protagonistas a mediados de la década del veinte cuando un enfurecido Carlos Gardel fue a recriminarle a Le Pera, por ese entonces periodista dedicado a la actividad teatral, una crítica desfavorable. La otra hipótesis del encuentro tiene más cercanía con el periplo de Gardel por Europa a inicios de la década del treinta. En ese momento, Le Pera trabajaba, entre tantas otras cosas, como subtitulador de una empresa de cine subsidiaria de la Paramount. "El Zorzal criollo" andaba en busca de un socio creativo para dar forma a sus nuevos proyectos musicales y cinematográficos tras el éxito que había alcanzado la película Luces de Buenos Aires (1931).

Edmundo Gibourg, un amigo en común, los reunió en un restaurante de la calle Pigall en París, frecuentado por artistas argentinos en el exilio. La historia es citada por el escritor Rubén Pesce en el libro Los p oetas, de Corregidor. "Gardel me pidió que colaborase en su próxima película. Yo le respondí que no era mi oficio -cuenta Guibourg-. Pero en cambio le dije: «Te voy a presentar a un muchacho que podrá servirte de mucho. Algo ha hecho». Cuando le nombre a Le Pera, me dijo: «¡Yo lo conozco de los cafés de Buenos Aires!». Nos reunimos en la esquina del restaurante Rochefoulcauld. Allí se arregló Gardel con Le Pera, a quien llevó luego a los estudios Joinville. En adelante, como se sabe, Le Pera le sirvió de mucho a Carlos porque era muy capaz y, a la vez, un trabajador infatigable. Si algún arrepentimiento tengo de haberlos presentado es porque Le Pera le sacó a Gardel la superstición de viajar en avión." Guibourg tenía razón. La sociedad creativa sólo daría buenos resultados. Le Pera desarrollaría una intuición, un lirismo y un oficio para el que se había entrenado toda su vida y volcaría en letras a personajes hechos a medida de Gardel, lo que lo transformaría en una estrella de Hoollywood poco antes de su muerte. Y, lo más importante, decodificaría como nadie la atemporalidad de ese imaginario gardeliano destinado al mito en himnos como "Volver": "Yo adivino el parpadeo/de las luces que a lo lejos van/marcando mi retorno". .

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