lunes, 3 de junio de 2013

DIEGO LUCERO

Luis Alfredo Sciutto, popularmente conocido como Diego Lucero, nació el 14 de junio de 1901 en el barrio Bella Vista de Montevideo, ciudad en donde jugó muy bien al fútbol, como número cinco. Comenzó jugando al deporte rey en Suárez, Lito, luego pasó a las filas del conjunto uruguayo de Bella Vista, y de ahí a Nacional de Montevideo. Llegó a ser incluso internacional con Uruguay. En el área periodística, se destacó por haber presenciado todos los mundiales de fútbol, desde 1930 hasta el día de su fallecimiento, cuando estaba próximo a cumplir 93 años. Llegó a Buenos Aires en 1935, y se estableció de forma definitiva en la capital bonaerense. A su llegada a Argentina trabajó para el diario Crítica y como corresponsal de Radio Carve y del periódico El Pueblo, dos medios uruguayos. Diez años después colaboró en la fundación de "Clarín" junto con Roberto Noble. Escribió sus maravillosas crónicas en Crítica y Clarín, concretamente en la Sección “Minuto 91”.
Fue el único periodista que cubrió todos los campeonatos mundiales de futbol desde 1934 hasta 1998. Pero el futbol era sólo una de las muchas pasiones que ardían en el alma de ese hombre, que manejaba con idéntica gracia el "lenguaje del tablón" y las hebras más sutiles del idioma poético. Muchas cosas aprendió "en esa gran aula a la intemperie con cielorraso de cielo, que son la calle y el mundo", casi tantas como en los libros cuya compañía siempre buscó sediento a lo largo de los años.

Tuvo una participación decisiva en el nacimiento y en la fama de algunos de los más importantes medios gráficos de ambas orillas del Río de La Plata -El Nacional y Marcha, en Uruguay; Crítica y Clarín, en Argentina-. Sus andanzas por el mundo, llevado tanto por exigencias del oficio como por curiosidad de vagabundo, lo acercaron a la Guerra Civil Española -donde estuvo a punto de ser fusilado por los franquistas, viendo con Neruda, en las calles de Madrid un río de sangre sin consuelo-, y a la Segunda Guerra Mundial -como corresponsal, entrevistó tanto a Goebbels como a integrantes de la resistencia francesa-, reflejando todo el horror y toda la dignidad con un lenguaje exquisito que en el periodismo actual va camino al olvido.

Tenía una facilidad congénita para acertar con la palabra justa, con la música secreta de cada frase. Varias veces dio la vuelta al mundo, siempre tras la divisa blanca de los soñadores de la libertad. Esa fiebre del alma que le cosquilleaba en los pies, lo hizo caminar con familiaridad por esa Europa de piedras enamoradas de los siglos, pero también disfrutaba estar presente allí donde la historia crujía y estallaba, mezclándose con las víctimas, en el humo y en el estruendo, con una vocación desesperada de dar testimonio desde el lugar de los hechos, aunque éstos fueron "un oscuro rincón del mundo" como los bautizaría muchos años después el mayor terrorista de la historia.

Le gustaba quemar largas horas de chamuyo con los frates, con los compañeros de quehaceres y quesoñares, porque nunca creyó que el tiempo valiera oro. "Eso del time is money es otra mentira de los ingleses, esos grandes pipetas que desde antiguo nos fumaron en cachimbo. Porque nuestro tiempo lo que quieren es que lo transformemos en trabajo y de nuestro trabajo, el money es para ellos y para nosotros, sólo la fatiga". Miraba con desdén la atroz banalidad de estos tiempos donde reina la mezquindad y la "mentalidad shopping center". Se burlaba, con un humor bien criado, de los ignorantes llenos de certeza, de los eruditos en pequeñeces, de los "ortojodos". Cultivaba fervientemente la martiana rosa blanca de la amistad, la poesía, la conversa estirada en esas tardes color de mate compartido, la música de Troilo -"cuando le arranca a su bandoneón esas extrañas armonías parece que le sacara virutas transparentes al alma de una niña enamorada"-.


Sus pies nunca perdieron la costumbre de pisar la realidad, por eso siempre caminó, con los ojos bien abiertos, hacia la tierra de los sueños. Y todavía sigue caminando. Porque si bien es cierto que el 3 de junio de 1999 murió Luis Alfredo Sciutto, Diego Lucero vive para siempre en la historia grande del periodismo argentino.

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